Muchos tiempos, estudiantes y turistas utilizan traductores en línea para comunicar con personas que hablan una lengua diferente. Aunque ellos son útiles para palabras y frases específicas, a menudo no incluyen las diferencias culturales y no se pueden utilizar para textos más largos y complicados. Como estudiantes de un idioma, es importante que entendamos la diferencia entre traducciones literales y precisas.

La Asociación Española de Traductores, Correctores, e Intérpretes (Asetrad) ha creado una campaña pública en contra del uso de traductores en línea por editores de libros en la Feria del Libro de Madrid por las últimas semanas. El propósito de la campaña es concienciar sobre la práctica frecuente de ahorrar dinero mediante el uso de traductores digitales poco confiables en lugar de contratar profesionales.

Los traductores son una herramienta importante en situaciones como hospitales, reuniones formales y contratos. Además de la experiencia cultural proporcionada por un traductor profesional, existen beneficios legales. Con muchas filtraciones cibernéticas, no se puede garantizar la confidencialidad de las empresas en línea, pero los profesionales trabajan dentro de acuerdos de confidencialidad.

  • ¿Cuáles son los diferentes valores entre traductores y profesionales en línea?
  • ¿Han hecho los traductores en línea intérpretes obsoletos?
  • ¿Hay “peligros” cuando no se confía en la traducción simultánea?

 

https://www.eldiario.es/cultura/libros/traductores-interpretes-feria-libro_0_909559178.html

El año pasado, el traductor de Google se la jugó al ayuntamiento de Santander. La actualización de su página web para su versión en inglés dio algunos resultados de lo más cómicos. Entre ellos, Google no tuvo reparos en concluir que el Centro cultural Botín era el ‘Loot Center’. Teniendo en cuenta que ‘loot’ se refiere a botín, pero de saqueo, quizá fuera un poco incómodo para los patrocinadores de este centro, una familia de banqueros. Al consistorio santanderino le salió todo redondo: el Palacio de la Magdalena apareció como ‘Muffin Palace’. Y otro hallazgo del traductor online fue el del ‘Historic Helmet’ para referirse al casco histórico de la ciudad. Todo bien excepto que ‘helmet’ es lo que llevan los motoristas o ciclistas en sus cabezas.

Estos son solo algunos ejemplos que ha denunciado la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes (Asetrad) en la campaña que estos días lleva a cabo en la Feria del Libro de Madrid sobre cómo desde empresas e instituciones “se intentan abaratar costes con estos programas y aplicaciones y se prescinde de correctores y traductores profesionales”, según cuenta su presidenta María Galán a eldiario.es.

Y de esos barros estos lodos porque los ejemplos no terminan. “Hemos llegado a leer en periódicos, en su versión inglesa, cómo Artur Mas se convertía en Arthur More o cómo a una secretaria de Estado le traducían sus apellidos”, abunda Galán.

Caseta de ASETRAD en la Feria del Libro de Madrid 2019
Caseta de ASETRAD en la Feria del Libro de Madrid 2019

Consecuencias legales y de imagen

Pero aparte de la carcajada, las consecuencias de esta traducción por echar mano de lo más barato (que no es el trabajo remunerado de una persona), pueden ser graves. Por un lado, como ocurrió en Santander, ya que, tal y como señala Galán, “afecta a la imagen de la ciudad y a la profesionalidad. Y solo existe una oportunidad para generar una buena impresión en el turista”.

De hecho, algo parecido, señala, le ocurrió en un congreso en Madrid. “Dedicaron un gran esfuerzo y dinero para que el catering fuera excepcional. Trajeron a un ponente en business, le llevaron al mejor hotel, pero luego no había interpretación simultánea. Es decir, ese señor no pudo saber qué se decía en el congreso por lo que pensaría ‘he venido aquí para no enterarme de nada'”, comenta con algo de sorna, pero que no deja en muy buen lugar a los organizadores. Al menos, el experto hizo turismo en Madrid.

Además de la imagen, una mala traducción e interpretación puede tener problemas de tipo jurídico. Porque, aunque siempre se piensa en traducciones de libros, estos profesionales trabajan con textos de toda índole, desde el folleto de instrucciones de una lavadora hasta acuerdos secretos entre empresas. “Nosotros firmamos acuerdos de confidencialidad, porque trabajamos con textos muy sensibles, como un acuerdo de fusión de empresas, y eso mueve mucho dinero. Imagina que subes ese documento a la nube y le pasas la aplicación… ¿cómo garantizas que no se filtre?”, sostiene Galán que recuerda cómo en ocasiones “algunos directivos me han hecho traducir desde sus propios despachos porque se están jugando mucho dinero. Por ejemplo, textos de patentes, porque igual no quieres que eso se lea por ahí”.

Además, los traductores también cuentan en muchos casos con seguros de responsabilidad civil por si se produce alguna traducción defectuosa que tenga consecuencias. “¿Google ha indemnizado a Santander por la mala imagen que dieron por este tema en Fitur? Porque nosotros podemos fallar, por ejemplo, con la traducción del billón anglosajón, que a veces da problemas, y para ello contamos con los seguros”, ratifica Galán.

Lucha por la visibilización y contra la bajada de tarifas

Lo más paradójico de este sector es que no es precisamente uno que cuente con unas tarifas excesivamente boyantes. Desde esta asociación, que cuenta con 1.400 afiliados –un 80% mujeres, lo que refleja también su feminización- comentan que es muy libre y con un abanico entre la tarifa más alta y más baja muy grande. En el formato libro, según algunos traductores, por cada 2.100 caracteres se pueden pagar entre 12 y 13 euros –equivale a un folio de texto a 1,5 de interlineado- por lo que un libro de cien páginas puede suponer unos mil euros para el traductor si se ha traducido desde el inglés, ya que por otras lenguas se paga más.

“Pero puede cambiar mucho. Si estoy con un libro de gastronomía y traduzco sobre cortes de carne me tengo que documentar antes porque tampoco sé las palabras en mi lengua”, afirma Galán.

Y ahí entra otro asunto: no es el tiempo que se tarda en traducir, sino todo lo que hay detrás, como ocurre en otros trabajos en los que hay que crear contenido. “No se trata de ir palabra por palabra. Y con la interpretación pasa igual. A lo mejor estoy en cabina tres horas, pero he estado 20 horas antes documentándome sobre lo que hace la persona a la que voy a traducir”, sostiene la presidenta de los traductores.

Por ese motivo, en su lucha trata de visibilizar ese trabajo y por llamar la atención a estas empresas –también editoriales- que intentan rebajar su coste. “En el mundo editorial hay quien cuida mucho a los traductores y otros que no, como ha ocurrido con Malpaso, que ha dejado a deber a sus traductores”, recalca Galán en alusión a la denuncia que hizo la traductora Ana Flecha en Twitter sobre los 4.000 euros que le debía Malpaso y que contó con una respuesta bastante desafortunada de su dueño, Bernardo Domínguez, al tacharla de “ridícula”. “Para que mejoren las tarifas tenemos que visibilizar la profesión y que se entienda la dificultad de nuestro trabajo”, añade.

En definitiva, las nuevas tecnologías han proporcionado apps y diferentes programas informáticos para la traducción, y estos cada día mejoran más gracias a algoritmos e inteligencia artificial. Desde la asociación defienden que “no están mal para un apaño si te vas de vacaciones y quieres saber cómo se dice ‘quiero un café’ o ‘tráigame la cuenta'”, pero denuncian que no acaban de funcionar en textos más complejos. Mucho menos cuando se trata de traducir desde el lenguaje oral.

“Cuando intentas meter giros, matices, referencias culturales, dobles sentidos, que así es como hablamos en la vida real, fallan”, apostilla Galán. Porque dile que traduzca ‘nos van a dar las uvas’. En ese momento al traductor online le pueden explotar todos los chips que lleve y soltarte un cómico: “the grapes are going to give us”. Efectivamente, ‘from lost to the river’.

Ejemplos de correcciones en las traducciones
Ejemplos de correcciones en las traducciones ASETRAD