Una mujer con VIH murió a causa de su enfermedad en el 19 de diciembre de 2011, sin recibiendo atención médica más allá de lo que se da a alguien con la gripe. Esta mujer es Samba Martine, una congoleña de 40 años.

Martine murió en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Madrid (CIE de Aluche) después de salir el CETI de Melilla. El caso había sido reabierto en 2014 después de le había archivado en 2012. La mayoría de los médicos que la trataron durante sus once visitas de atención médica no asistió la audiencia. El médico que vino insistió en que “tratamos a todos por igual,” y sus síntomas eran como un resfriado y nada más. El día de su muerte, ella volvió a buscar ayuda de los doctores en CIE, pero todo lo que recibió fue ejercicios de respiración y diazepam para calmarla. El día de su muerte, Martine fue diciendo, “Me voy a morir, me voy a morir, me voy a morir.”

Este artículo es de El País, y no es muy prejuicio, pero algunos otros artículos leí creen que Martine murió sin tratamiento debido a su raza solomente, y fue un asesinato en vez de un acidente.

¿Qué pensáis sobre este caso? ¿Creéis que la atención médica Martine recibió era diference de lo que James Rhodes principalmente porque los situaciones son diferentes, o porque los sexos y razas son diferentes? ¿Cuál es todas tus opiniones sobre el sistema médica en España ahora?

El único acusado que comparece por la muerte de Samba Martine en un CIE: “Nada me hacía pensar que tenía una enfermedad grave”
La inmigrante congoleña, de 40 años, agonizó en un centro de internamiento de extranjeros de Madrid

https://elpais.com/politica/2019/06/03/actualidad/1559515573_318642.html

La congoleña Samba Martine, de 40 años, pasó las últimas horas de su vida agonizando en la sala de estar del CIE de Aluche. Había acudido a la enfermería del centro hasta 11 veces, pero solo recibió analgésicos, ansiolíticos y técnicas de respiración. El día de su muerte, el 19 de diciembre de 2011, ya no podía mantenerse en pie. Cubierta con mantas en el suelo, con dificultad para respirar y envuelta en el humo de cigarros ajenos, pidió ayuda al vacío por última vez. La enfermera de guardia no acudió a auxiliarla y Martine acabó siendo trasladada a un hospital en un coche patrulla y no en ambulancia. Murió seis horas después. Estaba enferma, era portadora del VIH, y en los 38 días que pasó internada por haber entrado irregularmente en España se la comió una infección que, según se desprendió de su autopsia, solo es letal sin el tratamiento adecuado.

Tras siete años y medio de instrucción, este lunes se ha sentado en el banquillo uno de los sanitarios que la trató, el médico F. H, que la atendió en dos ocasiones. Las acusaciones particular y popular piden para él un año y medio de cárcel por un delito de homicidio por imprudencia y tres años y seis meses de inhabilitación. La Fiscalía, que durante todo este tiempo pidió el archivo del caso y que en la primera vista ha confundido el CETI de Melilla, de donde provenía Martine, con el de Ceuta, no ha solicitado, hasta el momento, pena alguna para el procesado.

F. H. ha insistido en que la primera vez que atendió a la víctima, el 15 de noviembre, solo vio en ella síntomas gripales, algo que le pareció normal dada la época del año. No le preguntó si era portadora de alguna enfermedad, como sida, hepatitis o tuberculosis, como establecen los protocolos. Tampoco de dónde provenía. “Tratamos a todos por igual”, ha afirmado. La República Democrática del Congo tiene una alta incidencia de VIH. Martine volvió a la consulta de este médico dos semanas después con los mismos síntomas (cefalea, dolor torácico, sibilancias, roncus…). Al doctor no le pareció extraño, ni le hizo pensar que podría tratarse de una dolencia más grave que un catarro. Tampoco pidió una placa de tórax. “En esa época son muy comunes los episodios catarrales y no se curan en una semana ni dos”, ha dicho en el interrogatorio. “Nada me hacía pensar que tenía una enfermedad más grave”, ha añadido.

Martine presentaba además prurito en la zona perineal, un indicativo de que su dolencia podía ir más allá de una gripe, mantiene la letrada Margarita Martínez Escamilla, portavoz de varias asociaciones que desde su muerte piden justicia para Samba Martine. En su declaración el doctor ha mantenido que, a pesar de que uno de sus colegas había recetado a Martine un antimicótico para la picazón en la zona perineal, él no exploró la zona de nuevo en su primera consulta con ella. “No la valoré porque ella no dijo nada”, ha dicho. En la segunda consulta, Martine sí se quejó del picor, pero el doctor ha asegurado que entonces observó que el prurito había remitido. De las 11 veces que Martine recibió asistencia médica solo en una ocasión consta la presencia de un intérprete. El resto de las consultas se realizaba gracias a la ayuda de mediadores o internos que ejercían de traductores o, si no había nadie disponible, con una guía de atención al paciente en la que aparecen escritas informaciones básicas, enfermedades y síntomas en varios idiomas.

El magistrado titular del juzgado de lo penal 21 no se lo ha puesto fácil a la acusación. El juez ha declarado “impertinente” más de una decena de preguntas de los letrados que pretendía ahondar en la atención prestada a la víctima. “El sistema de funcionamiento del CIE es una estructura que ha propiciado la muerte de Samba”, ha dicho a la salida del juicio el Ramiro García de Dios, juez de control del CIE en el momento de la muerte de la congoleña. “Me parece que el juez y el fiscal se han olvidado de su papel garantista. El fiscal parecía el abogado defensor y el juez no puede tener una opinión preconcebida y declarar impertinente pregunta tras pregunta”, ha lamentado.

Tras más de siete años de instrucción, no se sentarán en el banquillo otros dos imputados, un médico y una enfermera que atendieron en varias ocasiones a Martine y que están prófugos de la justicia. Tampoco lo hará Sermedes, la empresa entonces responsable de prestar asistencia médica en el CIE. “Para nosotros era muy importante la imputación de la directora del servicio médico porque consideramos que no fue solo negligencia de los médicos sino la mala organización del servicio”, explica la letrada Martínez Escamilla. La empresa, así como el Estado, están personados en el juicio como responsables civiles subsidiarios.

Los abogados que asumieron el caso de Martine han guerreado en varias instancias hasta llegar a este juicio. El Juzgado de Instrucción 38 de Madrid no vio indicio de delito y archivó la causa en 2012, pero la Audiencia Provincial de Madrid le obligó a reabrirla en 2014. El Tribunal fue claro al determinar que si Samba Martine hubiese recibido el tratamiento adecuado “se podría haber evitado el fatal desenlace”. Los magistrados de la Audiencia también consideraron relevante “la posición de garante” del personal sanitario del recinto ya que los internos, como Martine, no tienen libertad para acceder a otros médicos distintos a los del CIE. Durante el proceso llegó a imputarse a seis médicos y enfermeros, personal contratado por Sermedes. “No hemos contado con mucha ayuda. Ni del juez de instrucción ni de la Fiscalía. Ha sido una instrucción costosa”, lamenta la letrada Martínez.

Desde que llegó al CIE de Madrid desde Melilla, Martine no dejó de quejarse de su estado de salud. Le dolía mucho la cabeza y tenía dificultad para respirar. En el CETI de Melilla, donde fue alojada tras su entrada irregular, se le hizo un análisis de sangre que sí detectó el VIH. Pero esa información no se compartió con el personal médico del CIE de Madrid. Una de las testigos, María Isabel Castillo, que trabajaba para Cruz Roja en el centro, ha recordado los últimos momentos de Martine en el centro: “Se encontraba muy mal. El resto de las internas contaba que no había dormido durante toda la noche. Los CIE no son lugares adecuados, no había lugares adecuados para el descanso de una persona enferma”.

Un informe firmado por la coordinadora del programa de la Cruz Roja para inmigrantes y refugiados de la Comunidad de Madrid relata las últimas horas de la congoleña, que era madre de una niña de diez años. El día de su muerte acudió a la consulta a primera hora por última vez, pero el personal sanitario solo le enseñó ejercicios de respiración para que no hiperventilara. Y, para calmarla, le inyectaron diazepam. Ella continuó hiperventilando dormida. “Ella se quejaba de que su estado no mejoraba y de que tampoco tenía acceso al servicio médico”, ha recordado como testigo Laura Díaz Nieto, una de las trabajadoras de Cruz Roja en el centro. Cuando, por fin, decidieron llevarla al hospital, Martine entró en el coche patrulla sin poder sostenerse en pie. La trabajadora de Cruz Roja que tuvo que abrocharle el cinturón de seguridad porque se caía, la recuerda diciendo: “Me voy a morir, me voy a morir, me voy a morir”.